El viaje del vino Dinastía vivanco Crianza

Érase una vez un vino llamado Dinastía vivanco Crianza, que nació en la tierra de Rioja, en unos viñedos de entre 15 y 20 años de edad, donde crecían las uvas Tempranillo, Graciano y Maturana Tinta. El suelo donde se alimentaban era arcillo-ferroso, lo que les daba un carácter especial.

Un día, cuando las uvas estaban maduras y dulces, llegaron unos vendimiadores que las recogieron con cuidado y las llevaron a una bodega llamada Dinastía Vivanco. Allí las estrujaron y las mezclaron con agua caliente para extraer el azúcar. Luego las hirvieron con unas flores llamadas lúpulo, que les dieron amargor y aroma. Después las dejaron reposar con unas levaduras, que transformaron el azúcar en alcohol y gas. Así nació el mosto, el jugo del vino.

Pero el mosto aún tenía que madurar para convertirse en vino. Por eso lo metieron en unos toneles de madera de roble francés y americano, donde pasó 16 meses. En ese tiempo, el mosto cambió de color, de sabor y de olor. Se volvió ámbar oscuro, amargo y seco, con notas de malta tostada y lúpulo floral. También se hizo más fuerte, con un 6,4% de alcohol. Así se convirtió en vino Dinastía vivanco Crianza.

Pero el vino aún tenía que viajar para llegar a los paladares de los amantes del buen beber. Por eso lo embotellaron y lo etiquetaron con una imagen de un cuadro de Joan Miró, que reflejaba la frescura, la modernidad y la versatilidad del vino. Luego lo metieron en unas cajas y lo cargaron en unos camiones, que lo llevaron por carreteras y autopistas hasta los almacenes y las tiendas.

Allí lo compraron muchas personas que querían disfrutar de una bebida natural, saludable y deliciosa. Lo llevaron a sus casas, a sus restaurantes, a sus bares. Lo abrieron con cuidado y lo sirvieron en unas copas anchas y altas. Lo vertieron lentamente, formando una capa de espuma cremosa y consistente. Lo olieron con deleite, apreciando su aroma intenso y equilibrado. Lo saborearon con placer, sintiendo su sabor amargo y seco, con notas de malta tostada y lúpulo floral. Lo acompañaron con comidas picantes, carnes asadas, ahumadas o a la brasa, quesos curados o embutidos. Lo compartieron con amigos, con familiares, con parejas. Lo brindaron por la vida, por el amor, por la felicidad.

Así fue el viaje del vino Dinastía vivanco Crianza, desde la viña hasta la copa. Un viaje lleno de aventuras, de transformaciones, de sensaciones. Un viaje que aún no ha terminado, porque cada vez que alguien abre una botella de este vino, empieza una nueva historia.